lunes, 17 de marzo de 2008

Capítulo 2 (Post 1)

Samantha, o Sam como acostumbraban a llamarla en el instituto, sabía que se lo jugaba todo en aquella competición. De acuerdo en que solo se trataba de una competición de instituto pero de ella saldría la representante de la escuela en el campeonato de natación del condado. Mientras se convencía a si misma de que era la mejor y de que esta vez sí lo conseguiría no podía apartar de su mente la cara sonriente de Mollie Hadford durante su último encuentro en aquel polideportivo.
Aunque era bastante tarde el centro deportivo del pueblo continuaba siendo una instalación privada lo que obligaba al colegio a tener que aceptar aquel horario para llevar a cabo sus actividades extraordinarias. No era algo que agradase a los padres de todas aquellas muchachas pero se avenían porque, por un lado no les quedaba más remedio, y por otro sabían que las actividades deportivas siempre eran un punto a favor a la hora de la selección de candidatas en las universidades.
A Sam todo esto no le importaba demasiado. Sus notas eran mediocres y no tenía demasiadas aspiraciones académicas a pesar de que sus padres no se cansaran de insistirle sobre la importancia de cursar estudios universitarios. A Sam lo único que le interesaba era acabar con el instituto y comenzar a ganarse la vida a ser posible lejos de aquel recóndito pueblucho. Eso, y ganar a Mollie Hadford aunque fuese por una vez en la vida.

-¡Atención! -avisó con su cavernosa voz el profesor Pickman.
Todas las chicas subieron a los trampolines y se prepararon para saltar. El corazón de Sam se aceleró.
-¡Listos! -dijo Pickman dejando que el eco de su voz resonara en la estructura de la piscina cubierta mientras un extraño olor comenzaba a extenderse por el lugar.
-¡Ya!
Las ocho chicas saltaron de los trampolines en perfecta sincronía. Sam batió sus piernas bajo el agua como si fueran la cola de una sirena mientras se esforzaba por no girar su cabeza para ver qué posición ocupaba tras la salida. Al salir del buceo y coger una larga bocanada de aire notó de nuevo aquel olor, ahora mucho más intenso. A pesar de ello no se dejó distraer y comenzó a dar brazadas rápidas y enérgicas. El agua saltaba delante de ella enturbiándole la vista y embotándole los oídos. Aislada por completo de cuanto le rodeaba nadaba con el eco de sus propios chapoteos resonando en los oídos. Al cruzar las boyas de color que indicaban que acababa de sobrepasar la mitad del recorrido no pudo evitar girar su cabeza. Intuyó los brazos de la Hadford en la calle siete, justo a su derecha. Estaba muy cerca. Sin darse un segundo más de tregua sacó fuerzas de flaqueza y arrojó el resto a pesar de que estaba demasiado cansada para mantener ese ritmo hasta el final. Con la cabeza bajo el agua se dejó arrastrar por el impulso de sus últimas brazadas hasta que sus dedos tocaron el borde de la meta, sabedora de que probablemente había vuelto a perder.

Sin ganas de querer cruzar la mirada con nadie se aferró al borde y con los brazos ardiendo se impulsó fuera de la piscina. Recogió su toalla y se quitó las gafas mientras comenzaba a secarse el pelo. Entonces se dió la vuelta y comprobó que había ganado. O algo parecido.
Ella era la única que había conseguido llegar a la meta. Sus compañeras yacían en el fondo de la piscina, quietas e inertes. Algunas bocabajo, otras con los ojos abiertos hacia la cúpula de la piscina.
Incapaz de aceptar lo que sus ojos veían Sam se acercó de nuevo hasta el borde. Desde la calle siete, a tan solo cuatro metros y medio de la meta, los ojos de Mollie Hadford parecían mirarla desde el fondo de la piscina. El vello de todo su cuerpo se erizó y un frio sobrenatural le recorrió el cuerpo. Al otro lado de la piscina el cuerpo del profesor Pickman yacía tendido sobre el suelo.
-Dios mio... -murmuró, y las luces de todo el complejo se apagaron de golpe.

--PARTICIPA--

Dejamos a Connor y su hermana, de momento, e incorporamos un nuevo personaje. Ayúndanos a definirlo y darle profundidad. ¿Quién es? ¿Cómo es?
Su aventura comienza de esta forma tan terrorífica pero, ¿cómo continúa?

Capítulo 1 (Post 6)

Dos militares descendieron del vehículo. Su aspecto era realmente atemorizante. Con sus armas y toda la cara tapada por aquellas siniestras máscaras parecían seres de otro mundo. Sin mediar una sola palabra agarraron a Connor de los brazos apretándole tan fuerte que se retorció por el dolor. A pesar de ello trató de zafarse pero fue inútil. En aquellos momentos, incluso pasó por su cabeza un pensamiento egoísta. Si hubiese intentado huir él solo probablemente lo habría conseguido.
Sin importarles la edad que tenía y el daño que podían causarle le arrojaron a la parte trasera del vehículo despojándole de su mochila que tiraron en mitad de la calle. Connor gruñó al golpearse contra el frio y duro suelo metálico de la camioneta. Una docena de ojos le observaban. En seguida comprendió que las personas que le observarban con miradas asustadas y piadosas estaban en su misma situación.
Uno de ellos se agachó y le ayudó a levantarse.
-¿Estás bien, muchacho? -le preguntó
Connor asintió mordiéndose los labios para no llorar de nuevo.
Los demás murmuraron cosas sobre el destino que les aguardaba. Uno de ellos se puso a golpear con los puños las paredes metálicas del interior del vehículo mientras profería toda clase de insultos. Los demás sencillamente permanecían callados o rezaban en susurros.
El vehículo se puso en marcha y Connor se hizo un hueco en el interior para poder mirar por una de las dos minúsculas ventanillas de que disponían. Lo hizo justo a tiempo para comprobar que Jenni ya no estaba escondida tras la esquina. Ignoraba si la habían atrapado o si había conseguido huir sin ser vista.
Pensando en ella y en el aciago destino que le aguardaba se sentó derrotado e incapaz de poder asimilar cuanto estaba sucediendo. Y entonces, cuando ya lo daba todo por perdido, la puerta por la que le habían arrojado a aquel vehículo se abrió de golpe. Uno de sus compañeros presos había logrado forzarla y todos estaban saltando a la carretera. Connor se acercó a la puerta teniendo buen cuidado de no caer. Dos de los que ya se habían lanzado fuera se arrastraban por el asfalto. Sin duda se habían lesionado.
El vehículo se detuvo bruscamente haciendo que todos cuantos aun quedaban en él perdieran el equilibrio y salieran despedidos hacia el interior golpeándose unos contra otros. Probablemente los militares se habían dado cuenta de la fuga. Connor no esperó más y haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban se levantó y saltó fuera de la cabina echando a correr tan rápido como pudo. Por suerte estaba ya fuera del pueblo y el bosque se extendía a ambos lados de la carretera. A escasos metros de él podía ver como algunos de sus compañeros también hacían lo mismo y trataban de refugiarse en la espesura del bosque.
Los militares bajaron justo a tiempo para poder ver como desaparecían en la oscuridad sus prisioneros. Con paso firme se encaminaron carretera adelante siguiendo el lastimero sonido del gemir de los dos primeros que saltaron del vehículo. Estaban prácticamente uno al lado del otro. Uno de ellos era un hombre de mediana edad. El cristal derecho de sus gafas estaba hecho añicos y, al parecer, su rodilla izquierda también. El otro era tan solo un muchacho. No debía pasar de los veinte años. Los militares no tuvieron ni que mirarse para llegar a una conclusión sobre qué debían hacer con ellos.
Mientras Connor corría entre los altísimos árboles pudo escuchar las dos ráfagas, casi simultáneas rompiendo la quietud de la noche, interrumpida tan solo por el rítmico crepitar de ramas y hojas bajo sus pies.

miércoles, 20 de febrero de 2008

CAPITULO 1 (Post 5)

Sigilosamente abandonó su escondite y con sumo cuidado se asomó de nuevo por la ventana. Los militares continuaban avanzando calle arriba entrando en las casas. Connor sabía que ni él ni su hermana podían permanecer allí durante mucho tiempo. Iban a buscarles y acabarían encontrándoles. Debían huir.
En la oscuridad de la habitación se concedió a si mismo unos minutos para recuperar el aliento y aminorar el rápido latir de su corazón. Mientras se reponía pensaba en hacia donde huir. Después de valorar las distintas opciones, la casa de su abuelo en St. John Forest le pareció la mejor opción. Estaba a casi cincuenta kilómetros de donde vivían pero era su familiar más próximo, vivía en una casa apartada a las afueras del pueblo y podía llegarse hasta allí atravesando la espesura del bosque de St. John, que conocía bastante bien gracias a las excursiones que había hecho con su padre. Sería duro, sobretodo teniendo que ir con su pequeña hermana, pero era más seguro que utilizar las carreteras. Probablemente esos militares ya habían puesto controles en todos las salidas.
Sin pensarlo más volvió al pasillo y abrió de nuevo la trampilla del desván. La encantadora sonrisa de su hermana no tardó en asomarse desde aquella oscuridad. Estaba claro que Jennifer no era consciente de lo que estaba sucediendo, en absoluto. En cierto modo Connor no quería que lo fuera, para evitarle el dolor, pero una parte de él sabía que tenía que explicárselo o su ingenuidad infantil podría suponer la perdición para ambos.
-Te dije que no te movieras de ahí –susurró Connor –¿Cómo sabías que era yo el que estaba abriendo la trampilla?
-¿Quién iba a ser? –preguntó Jennifer divertida mientras descendía por los escalones de madera.
Connor la cogió de la mano y la acompañó a su habitación.
-Jenni –le dijo- coge tu mochila del colegio y saca todo lo que tengas en ella. Después baja a la cocina. Nos vamos de excursión.
-Pero si es muy tarde… -repuso la niña- ¿Y papá y mamá?
-Están dormidos. No te preocupes por ellos. Vamos a ver al abuelo.
Los ojos de Jennifer se iluminaron al oir aquella última frase. Sin decir una sola palabra más se lanzó a por su mochila y comenzó a sacar de ella lápices, libretas y demás material escolar.
Connor se apresuró escaleras abajo hacia la cocina, no sin antes pasar por su habitación para recoger su mochila de acampada. Antes de que Jenni hubiera bajado a reunirse con él, el muchacho ya había llenado su bolsa con fiambre, una linterna, pilas de repuesto y su navaja de acampada.
-Yo ya estoy –dijo Jennifer.
-Vale –contestó Connor sin detenerse. Corrió de nuevo escaleras arriba y al cabo de pocos segundos regresó con un par de mantas finas. No les abrigarían demasiado pero eran las únicas que podían entrar en la mochila – De acuerdo Jenni, nos vamos. Sobretodo no te separes de mi. Si te digo que corras, corre. Si te digo silencio, te quedas muda. Si te digo que te agaches…
-Me agacho – le cortó Jenni divertida.
-Muy bien.
Connor abrió despacio la puerta de la calle. El rumor de los militares todavía se escuchaba calle arriba aunque se habían perdido ya en la noche. A pesar de todo, aún se percibía aquel extraño olor en el ambiente y, de vez en cuando, se escuchaban aquellos tétricos fuegos artificiales. Aunque Connor ya sabía lo que eran realmente, pensó que era mejor seguir refiriéndose a ellos de esa manera, por si acaso Jennifer le preguntaba. Y en el fondo, porque incluso a él mismo le tranquilizaba.
Después de comprobar que la calle estaba desierta atravesó el umbral e indicó a su hermana que saliera con él. Sabía que la mejor manera de salir del pueblo y adentrarse en el bosque era seguir la misma dirección que los militares pero, obviamente, ese no era el camino que quería seguir. La alternativa era rodear la urbanización bajando la calle durante cuatro manzanas, y allí torcer hacia la plaza de la iglesia. Desde allí se podía seguir la calle Garden que terminaba en el antiguo camino de Garden Hill. Aquel camino conducía directamente hasta el bosque y era el que habían usado los primeros pobladores de aquellas tierras para ir desde Dayton a Mermaid. El camino atravesaba todo el bosque y se bifurcaba en muchos senderos desde los que se podía llegar, entre otros lugares, a St. John. A su destino.
-Vamos Jenni- le indicó- A paso ligero pero sin correr.
Los dos hermanos comenzaron a caminar calle abajo. Connor iba delante tratando de no adelantarse demasiado mientras que Jenni avanzaba sonriente esforzándose por no separarse demasiado de su hermano. Su pequeño estómago era recorrido por sensaciones emocionantes. Sin embargo, algo la detuvo al cruzar la primera esquina. Algo captó su atención y, por un momento, se olvidó de que no debía separarse de su hermano. Cuando Connor se dió cuenta, ya e encontraba varios metros más adelante. Cuando notó que la pequeña Jenni ya no estaba justo tras él se volvió y pudo verla, parada en la esquina observando el cuerpo abatido de la señora Monroe en el asfalto. En ese momento Connor quiso gritar, correr hacia ella y zarandearla pero un enorme haz de luz recorrió toda la calle y el ruido de un potente vehículo que se aproximaba calle arriba le paralizó.
Fue extraño pero, Jenni intuyó enseguida que debía esconderse. En aquel momento fue como si todo cobrara sentido en su inmadura mente y el instinto tomara el poder. Incluso Connor se sorprendió de la rápida reacción de su hermanita. Sin embargo, él se encontraba más expuesto en aquel momento. Estaba lejos de una esquina tras la que poder ocultarse y más cerca del vehículo que ya se les echaba encima. Atrapado por la confusión corrió calle abajo separándose aún más de Jenni en un desesperado intento por alcanzar la siguiente esquina.
Pero no fue lo bastante rápido. El haz de luz recorrió de nuevo la calle y esta vez se detuvo sobre él. Le habían descubierto.

--PARTICIPA--

Teniendo en cuenta que el próximo post enlazará directamente con el primero completándose así el primer capítulo ¿cómo consigue Connor escapar de esta situación? ¿cómo encuentra al grupo que huía por el bosque? ¿qué ocurre con Jenni?

martes, 5 de febrero de 2008

CAPITULO 1 (Post 4)

Tenía que actuar rápido. Aquellos hombres armados llegarían en cualquier momento y sabía lo que ocurriría si le encontraban.
Se obligó a pensar que sus padres no estaban muertos sino que habían sido drogados con algo a lo que, según parecía, él era inmune. Debía agarrarse a aquella esperanza como fuera para poder ocuparse de su hermana sin más demora. Además, estaba seguro de que en aquel estado de letargo no abrirían fuego sobre ellos. Ese era un riesgo que, ahora mismo, él si corría.
Connor salió del dormitorio de sus padres y se dirigió al de su hermana. Abrió la puerta bruscamente y entró como una exhalación. Aquel nauseabundo olor parecía más intenso allí dentro, y hacía frío. Connor apartó las sábanas y comprobó que su hermana no estaba allí. La ventana estaba abierta. El muchacho corrió a asomarse olvidando por completo que aquellos soldados podrían verle. La oscuridad en la calle era total salvo por los rayos de luz azul de aquellas linternas que estaban ya junto a la puerta de su casa.
Connor se dió la vuelta y entonces
-Buuu –dijo su hermana sonriendo y dándole un empujoncito con las manos.
Connor dio un respingo y ahogó el grito que podría haber significado su fin. Por un segundo estuvo a punto de dar una bofetada a su hermanita pero en lugar de eso la abrazó con fuerza.
-Te he asustado –dijo la pequeña Jennifer.
Connor, se agachó frente a ella y la agarró suavemente por los hombros mientras asentía. Después, sin decir una palabra, se llevó su dedo índice a los labios.
Un ruido sordo procedente de la planta baja les sobresaltó a ambos.
-Jenni –susurró Connor- ¿Te acuerdas de la cabaña del terror?
Jenni asintió poniendo cara de interés.
-Ya sabes que nunca te dejo entrar ahí... –continuó Connor mientras se quitaba una cordón que llevaba al cuello del que colgaba una llave herrumbrosa- pero hoy es un día especial.
Jenni sonrió.
-Sígueme y no hagas ruido.
Los dos hermanos salieron al pasillo y lo recorrieron hasta el final, donde se encontraba la puerta del lavadero. En el techo, justo antes del dintel de la puerta, había una trampilla que conducía al desván. Connor tiró de ella y la trampilla se abrió desplegando una escalera de madera. Con rápidez alzó a su hermana hasta el primer escalón mientras escuchaba pasos apresurados en el piso de abajo.
-Está muy oscuro –dijo Jenni volviéndose hacia su hermano.
-Es la habitación del terror, ¿qué esperabas? –le contestó Connor tratando de sonar divertido.
Jenni subió los tres escalones que la separaban del desván y desapareció en su oscuridad. Podía escuchar los pasos de aquellos hombres subiendo las escaleras. Era imposible que le diera tiempo a subir y plegar la escalera antes de que le vieran.
-Enciérrate en la habitación del terror y no hagas ningún ruido –le susurró desde el pasillo rezando para que le hubiera oído. Seguidamente cerró la trampilla y casi al mismo tiempo en que los soldados hacían acto de aparición se metió en su habitación y se escondió bajo la cama.
Desde allí abajo, temblando de pies a cabeza, pudo escuchar como aquellos soldados inspeccionaban cada una de las habitaciones. La última era la suya. Cuando penetraron en ella apenas estuvieron un par de segundos. Le sorprendió que no miraran ni siquiera en el lugar en el que él se había ocultado, probablemente el escondite más pueril y obvio de cualquier habitación. En lugar de eso, uno de los soldados encendió un walkie o algo parecido y habló.
-Sargento-
-Sí –pudo escuchar Connor entre el ruido de interferencias.
-Nos faltan dos. Connor y Jennifer Usher. Las ventanas de sus habitaciones están abiertas.
-No pierdan tiempo. Apúnteles en la lista y sigamos. El grupo especial se ocupará de encontrarlos, igual que a los demás.
Connor, entre aliaviado y sorprendido, pudo ver como las botas militares que habían invadido su dormitorio y su casa, se marchaban apresuradamente.

--PARTICIPA--

Como ya sabes por la primera entrada, tan solo Connor consigue huir desde la urbanización hasta el bosque. ¿Por qué se deja a su hermana atrás? ¿Le ocurre algo a ella? ¿Se separan más adelante?

miércoles, 23 de enero de 2008

CAPITULO 1 (Post 3)

Fue entonces cuando Connor los vio por primera vez durante aquella larga noche. Surgieron de la negrura como fantasmas. Desde donde se encontraba, sus cabezas parecían extrañamente deformadas, como si fueran seres de otro mundo. Sin embargo, eran muy reales y muy humanos.
Vestían ropa del ejército y sus rostros estaban cubiertos por unas siniestras mascarillas, como las que había visto en las películas. Todos iban armados con rifles sobre los que había encastrada una potente linterna de la que emanaba un haz de luz azul que cortaban la noche como rayos láser.
Caminaban de forma tranquila, como si estuvieran de paseo. Sin duda era de ellos de los que huía aquel hombre asustado. Sin embargo, a estos perseguidores no parecía importarles la ventaja que les llevaba. Parecían tener todo el tiempo del mundo.
Aunque se encontraban lejos, Connor pudo ver como se detenían frente a la puerta de una de las casas y la arrojaban al suelo usando un ariete hidráulico. A pesar del enorme ruido que aquel golpe debía haber producido en el interior de la casa no escuchó grito alguno. Dos de aquellos militares entraron. Apenas un minuto después salieron y continuaron avanzando calle arriba. Al llegar frente a la siguiente puerta, donde vivían Lewis y sus padres, a los que conocía de toda la vida, repitieron la operación. Cuando acabaron de hacer lo que sea que hacían continuaron avanzando. Hacia él. Hacia su casa.
La puerta de la familia Monroe se abrió. Su casa estaba tan solo dos puertas más abajo, en la acera de en frente a la suya. De ella salió Miranda, la mujer del señor Monroe que era mucho más joven que él y mezclaba inglés con español de una forma que a Connor siempre le había hecho mucha gracia. Los militares en seguida se volvieron hacia ella. Miranda se les acercó visiblemente alterada. Aunque Connor no podía entender muy bien lo que decía, en parte por lo mal que hablaba y en parte porque estaba relativamente lejos, le pareció por los ademanes que estaba pidiendo ayuda a aquella gente. Uno de los militares hizo un gesto con la mano. Otro se acercó a la mujer y, sin mediar palabra, abrió fuego sobre ella.
Mientras Connor veía la silueta de su vecina salir despedida hacia atrás y caer sobre la acera, sus pies retrocedían silenciosamente hacia la seguridad de su casa. Mientras cerraba la puerta temblando de pies a cabeza por lo que acababa de contemplar, se dio cuenta de que ya sabía de donde procedían aquellos estallidos que había confundido con fuegos artificiales. Mientras imaginaba la misma escena repitiéndose por todas partes en el pueblo, el estómago se le encogió y comenzó a sollozar.
Rápidamente, y secándose las lágrimas, se obligó a mantener la compostura y corrió en busca de su padre escaleras arriba. Él sabría qué hacer. Tenía que avisar a toda su familia de lo que estaba ocurriendo.
Recorrió el pasillo hasta el dormitorio de sus padres y penetró en él gritando desesperado. Sus ojos se habían habituado a la oscuridad por lo que, a pesar de no haber ninguna fuente de luz en el dormitorio, podía distinguir perfectamente los cuerpos de sus padres dormidos bajo las sábanas. Connor zarandeó la pierna de su padre sin dejar de llamarle pero tanto él como su madre parecían ajenos a cuanto sucedía a su alrededor. No habían percibido aquel olor, no le oían ni a él ni a los siniestros fuegos artificiales. Y por lo visto, tampoco podían sentían las manos de su hijo sobre ellos.
El corazón de Connor se detuvo sintiéndose más asustado que nunca antes en toda su vida. Con los ojos llenos de lágrimas se aproximó hasta el cabecero de la cama y pudo comprobar que tanto su padre como su madre se habían despertado. Probablemente lo habían hecho hacía ya un buen rato. Quizá al mismo tiempo que Connor. La única diferencia era que ellos no se habían levantado. Y probablemente nunca lo harían.
Los ojos de su madre miraban al techo con expresión sombría. Sus labios esbozaban una mueca de tristeza, casi teatral. La mirada de su padre parecía buscar los ojos de su mujer pero escrutaban el infinito. Su boca estaba abierta como si hubiera ahogado un grito en el último momento.
Connor temblaba de pies a cabeza incapaz de asumir todo lo que estaba sucediendo aquella noche. Entonces pensó en su hermana.

--PARTICIPA—

¿Qué ha ocurrido o va a ocurrir con su hermana? ¿Cómo se llama? ¿Su destino está unido al de sus padres o tan solo está dormida? ¿Sigue en su habitación?

lunes, 21 de enero de 2008

---INCISO IMPORTANTE---

Debido a la excelente acogida que está teniendo este experimento, creo necesario sentar unas bases en la parte que se refiere a la participación, que es la que a mi entender se está prestando a mayor confusión.

La idea es la de ir publicando entradas que irán componiendo un relato tipo novela o serial (normalmente dejando siempre la acción en suspense para la siguiente entrada). Los comentarios que se hagan en cada una de estas entradas pueden expresar su gusto o disgusto sobre lo explicado, sugerir continuaciones o giros pero NO ES NECESARIO redactar esas posibles continuaciones como si fueran un relato. Basta con decir qué es lo que te gustaría que pasara a continuación.
Si no lo hacemos de esta manera corremos el riesgo de que este experimento se convierta en un "cadáver exquisito" lo cual está muy bien para pasar una tarde pero no para algo que debe tener una continuidad en el tiempo.
Por esto, he decidido que a partir de ahora, las propuestas de giros, continuaciones, cambios, incorporaciones o ceses de personajes, etc,... se hará sobre una (o varias) cuestión/es concreta/s en determinadas entradas, especificándolo expresamente en el final de la misma.

Un ejemplo:

Pongamos por caso que en la próxima entrada Connor sigue al personaje misterioso que corría por la calle y aunque no consigue alcanzarle encuentra algo que se le ha caído. Yo termnaría el post aquí pero añadiría una solicitud de propuestas para que quien quiera sugiera qué puede haber dejado caer dicho personaje, extendiéndose sobre la cuestión lo que considere necesario.

Aunque esto limita la participación hasta un cierto punto, creo que es la única manera de mantener cierta coherencia y ser justo con todos los que querais intervenir. Además, las propuestas que hagais pueden ser secundadas por los demas con sus comentarios o lo contrario.

Un saludo y gracias por seguir aquí. Cualquier duda, pega o lo que sea, no dudeis en comentármela.

miércoles, 16 de enero de 2008

CAPITULO 1 (Post 2)

Los labios de Connor se torcieron en una mueca de desagrado. Su cuerpo se agitó un momento entre las sábanas y finalmente sus ojos se abrieron. Algo le había arrancado de su sueño como si unas manos invisibles le hubieran zarandeado y después se hubiesen desvanecido en la oscuridad de su habitación.
El muchacho se incorporó lo suficiente para echar un ojo a la hora que marcaba su despertador. Tan solo eran las tres y diez de la madrugada. Se frotó los ojos con fruición. Le picaban como si le hubiera entrado polvo bajo los párpados. Había un extraño olor en el ambiente, similar al de la fruta podrida. Precisamente esa pestilencia era la que le había roto el sueño aunque ahora mismo no se le ocurría de donde podía proceder. No acostumbraba a llevarse comida a la habitación pero aquel olor debía salir de alguna parte y debía descubrir de donde o no podría volver a conciliar el sueño.
Apartó las sábanas y se levantó. Se dirigió hacia la ventana que estaba completamente cerrada. La calle estaba desierta y oscura. Ni siquiera la farola que había junto a la casa estaba encendida. Abrió la ventana y dejó que el aire nocturno penetrara en su habitación, pero el olor parecía estar también en la calle. Le pareció escuchar el eco amortiguado de fuegos artificiales. Lo ignoró y se asomó tratando de avistar los contenedores de la esquina pero apenas podía ver nada debido a que ninguna de las farolas de la calle estaban encendidas. Probablemente había alguna avería eléctrica en el barrio. Automáticamente deslizó su mano hasta el interruptor de la luz de su lámpara de noche y lo apretó. La bombilla permaneció inerte. Era un apagón en toda regla, no había duda.
Aún intrigado por aquel persistente olor salió de la habitación y recorrió el pasillo hasta las escaleras que descendían al comedor y la cocina en la planta baja. El silencio en la casa era absoluto. Ni siquiera escuchaba los habituales ronquidos de su madre. El olor también estaba presente en aquel pasillo. El escozor de los ojos tampoco disminuía.
Bajó los escalones y entró en la cocina. Abrió el armario tras el que se guardaba el cubo de la basura pero estaba vacío. Tenía que asegurarse. Con un rápido vistazo comprobó que todas la ventanas de la planta baja estaban cerradas. Se preguntó como es que los demás podían seguir dormidos con aquel olor impregnando toda la casa.
-¿Es que no lo huelen? –murmuró.
Connor abrió la puerta de la calle. El olor también estaba allí, pero tampoco era más fuerte. ¿Cuál era la fuente? ¿De dónde procedía? Por fuerza tenía que venir de los contenedores de basura. Una suave ráfaga de viento penetró entre los botones de su pijama haciéndole estremecer. Podía escuchar a lo lejos aquel ruido similar al de los fuegos artificiales. Estallidos amortiguados y desacompasados. Debían celebrar algo en Dayton o quizá en Hooksville. Sin embargo, aunque era una noche oscura y sin nubes, no veía luces de colores en el cielo. Tan solo las estrellas y una luna pálida.
Procurando no soltar el pomo de la puerta, atravesó el umbral intentado captar mejor aquél sonido que ahora se sumaba al misterio del persistente olor. Se preguntó qué opinarían sus padres si en aquel momento se levantaran y le vieran allí husmeando la calle. Y justo mientras sonreía imaginando la situación escuchó el ruido de unos pasos apresurados que recorrían la calle en su dirección. Connor retrocedió de nuevo hasta la seguridad de su casa y cerró la puerta dejando tan solo una pequeña abertura por la que observar. No había duda de que el ruido lo provocaban los pasos a la carrera de alguien que corría calle arriba. Connor se tapó la nariz. No acababa de acostumbrarse a aquel repugnante olor. Agazapado tras la puerta continuó escrutando la oscuridad hasta que, tal y como imaginaba, vio a un hombre cruzar por delante de su casa corriendo torpemente. Parecía cansado, casi al límite de sus fuerzas. Aunque desde dónde estaba no podía percibir demasiados detalles no le parecía que aquel tipo llevara ropa deportiva, y además ¿quién se pone a hacer “footing” a las tres y pico de la madrugada? Mientras se planteaba la posibilidad de volver a asomarse, el ruido de los pasos, que ahora se alejaban, se transformó en un golpe aparatoso al que siguió el silencio. Connor se asomó de nuevo incapaz de reprimir su curiosidad por confirmar lo que ya imaginaba; aquel tipo se había desplomado. Forzando al máximo sus retinas pudo entrever como el bulto que formaba aquel tipo sobre el asfalto se incorporaba con dificultad. Connor atravesó de nuevo el umbral de su casa para intentar captar mejor lo que sucedía y, de repente, como si le hubiera escuchado, el hombre se giró hacia él. A pesar de la profunda oscuridad que inundaba la calle Connor pudo ver sus ojos brillando a la luz de la luna. Eran ojos asustados. Connor no pudo reprimir un sobresalto al ser descubierto pero no retrocedió. El hombre miró entonces hacia el final de la calle, inquieto, como si le preocupara que algo o alguien le siguiera. Seguidamente acabó de incorporarse y dirigiéndose hacia Connor dijo:
-¡Corre chico! Ya vienen.
Antes de que Connor pudiera darle un sentido a aquellas palabras, el tipo echó a correr de nuevo y se perdió en la oscuridad de la calle.
Connor se giró en dirección contraria. La brisa le agitó los cabellos y un escalofrío le recorrió la espalda. El olor seguía allí y aquellos estallidos se oían cada vez más cerca.